Cápitulo 3 – El Frances
Novela Narrativa Aragonesa: «El Cofre del Molino»
Autor: Roberto Pac
CÁPITULO 3 – «El Francés»
Está amaneciendo. La luz quiere entrar en la alcoba anunciando el nuevo día, entre el cantar de los pájaros y el olor a leña quemada de carrasca y aliagas, avivada por esas manos encallecidas de soportar del tiempo. Siento pereza y temor de salir a la calle por notar las miradas, esas miradas de incomprensión. Quizá no son más que fantasmas en mi memoria, que revolotean sin cesar como mariposas blancas y negras compitiendo con el alimento del perdón y el olvido (si es que se pueden olvidar los sentimientos con el tiempo).
Imagino que la noticia de mi llegada ha corrido como la pólvora por el lugar, a través de las ventanas de la noche, esas ventanas de los pueblos del Somontano que siempre están cerradas cuando el sol pretende descansar, pero que tienen ojos para escudriñar la llegada del viajero. A veces pienso que es el miedo por lo que las han mantenido siempre cerradas al atardecer, por pasar desapercibidas en esas largas noches de temores y angustias vividas.
No he querido desayunar. Sólo quiero alimentarme del sol y el aire, de los aromas de esta tierra tantas veces recordados en mi exilio. Con temor he abierto la puerta de madera, dejando herido mi oído por el chirrido ronco de su desperezar en la mañana. He respirado hondo y he sentido un nuevo día de mi existencia.
– ¡Buenos días!
– ¡Vaya Vd. con Dios!
– Así que ¿has vuelto? ¡Cuánto me alegro!
– ¿Vas a estar mucho tiempo entre nosotros?
– Tenemos que hablar un día de estos
Frases hechas de un vocabulario social o, palabras sentidas sacadas de lo más hondo de sus corazones. Aún a pesar de todo, me siento alegre y avergonzado a la vez y me pregunto el por qué de estas contradicciones. Otro grupo más adelante me niega el saludo, cuchicheando a mis espaldas, lo cual me hace sentir mal. Me hace recordar sentimientos de culpabilidad, aunque en el fondo ni creé situaciones ni quise tomar decisiones en ningún momento. Pero la historia no podemos dejarla atrás ni olvidarla, acaso tenerla en nuestros pensamientos pero para perdonar, en un bando o en el otro, porque el perdón forma parte de la vida para no tropezar nuevamente en la misma piedra.
Tantas emociones me están embargando. Busco un sitio para sentarme a la salida del pueblo, un sitio donde presenciar el hacer cotidiano de estas gentes, un lugar para que mi figura quede a la vista de todo el mundo, un lugar donde no pueda esconderme y que vean que ya he vuelto. El poeta exiliado en su juventud.
Sonrío en la alegre mañana
cuando las aves despiertan
la sonrisa del sol.
Desafío la mojadura
de noche llorosa
con radiante firmamento.
Me siento vivo y pensativo
en este amanecer.
Bajo mi piel morena
lentamente corre
la savia de mi corazón.
Mi mirar
deja entrever la soledad
que inunda mi vida.
Me falta espacio
en esta constelación
por expresar sentimientos,
tan pesados
como piedras de mármol.
Cierro mis puños y,
mis muelas las dejo a su juicio,
pues tiembla
mi carne trémula
en el banco corroído
de mis melancolías.
Y sin embargo, sonrío.
Y sin embargo, busco
el amanecer tardío.
Oigo revolotear
golondrinas y vencejos,
con sus gritos de alegría
en las mañanas
de vencidas sombras.
Oigo los cantos
de fornidos hombres
partir al campo
entre sudores de frío.
Percibo el lamentar
de bestias adormecidas
laceradas por golpes
despertados de amor.
¡Déjame pena!
déjame sentir la brisa
del amanecer,
pues
siento celos
del cantar de las aves.
¡Aléjate pena!
y déjame vivir,
pues quiero percibir
el olor de la hierba
mojada de la mañana.
Y sin embargo, sonrío.
Y sin embargo, quiero vivir
alegre como ruiseñor
orquestado en el horizonte.
Empieza a calentar el sol de la mañana. Me he quedado sólo, envuelto en el silencio únicamente roto por el ir y venir de los gorriones y las primerizas golondrinas, que cada año vienen a anidar en los patios frescos del pueblo. A veces percibo las horas deslizarse en el campanario con su sonido monótono y estridente, dejando un hueco en mis pensamientos, mientras mi vista vaga perdida en la Sierra de Guara que se empieza a vestir de amarillo en la primavera.
A lo lejos, como campanillas de cielo, escucho las esquilas de las ovejas moverse embrujadas, buscando la sombra de las carrascas, mientras me imagino al pastor tumbado debajo de una higuera esperando pasar los primeros calores del Somontano. Intento no mirar allá donde duermen voluntades y deseos ocultos, entre los olivos alineados del horizonte como fieles guardianes de tan largos años. Pero mis ojos me quieren traicionar, así que me levanto para volver a mi hogar.
Tengo una cita. He de hablar con mi padre, cansado de esperar tantos años, tantos días, tantas noches de vigilia mirando a través del ventanuco de la cocina hacia la Calle Mayor, esperando mi retorno para acallar esas conversaciones que siempre le hirieron su corazón enfermo de dudas.