Cuento Aragones


CUENTOS PARA NIÑOS

Blanca Rosa, (primera parte)

(Lumbre de sueños)

Hoy les voy a dejar un cuento de niños, tan aragonés como esta región, escrito por Romualdo Nogués y Milagro, nacido en Borja allá por el 1824.

Comentaba D. José Luís Calvo Carilla, que en los juegos de chiquillo de dicho escritor, sus verdaderas contiendas civiles a escala reducida, que reproducían la crispación de la población en aquellos penosos años que siguieron al Trieño Liberal predispusieron al que, paradójicamente, iba a abrazar la carrera de su padre, defensor de los dos Sitios de Zaragoza, a odiar las guerras, a las que no encontraba mas justificación que la defensa del suelo patrio contra los enemigos exteriores. Pero su sino fue verse envuelto en los principales hechos de armas de la turbulenta historia del siglo XIX.

El titulo de dicho cuento es “Blanca Rosa”, con una moraleja sobre el juego, que aun hoy en día, está tan vigente en nuestra sociedad que nos sorprende enormemente:

- Un Rey muy vicioso se jugó la corona con el diablo, la perdió, y lo destronaron. Recurrió el Príncipe á una maga que lo protegía, la cual le dijo que ignoraba el medio de recuperar el símbolo de la monarquía, y que consultaría caso tan arduo con un adivino que le debía muchos y grandes favores. Éste aconsejó a la maga que reuniese a todas las aves, que, como vuelan tan alto y tienen tan buena vista, lo saben todo, y alguna la daría dónde se hallaba el castillo de Irás y no volverás, donde el diablo guardaba la corona.

- La maga, con una varita, hizo el círculo en el aire. En el acto, por encanto, se pobló de aves grandes y chicas. Las preguntó por el castillo, y se callaron. Solo la Avutarda manifestó que, interesada, por hallarse su imagen en el escudo de armas del reino, haría un reconocimiento y volvería.

- Voló, y regresó al momento. Explicó cantando, que para conseguir al Príncipe lo que deseaba, debía ocultarse en el bosque junto al lago que había inmediato al castillo; que cuando se bañase la hija del gobernador de la fortaleza, le robase los vestidos, y no se los devolviese hasta que la viese muy apurada. La avutarda, que por lo ligera y servicial debía llamarse avalista, se ofreció de guía. El Príncipe se agarró a la cola, y en un dos por tres llegaron al bosque, y se escondieron. Mientras la hija del señor del castillo, niña preciosa de quince años, se metía en el agua, despojándose de su túnica de tisú de oro. Cuando se la quiso poner, no la encontró; la avutarda, revoloteando, se la había quitado y llevado al Príncipe. La hermosa doncella exclamó llorando:

- El que el vestido me dé, del mayor apuro le sacaré.

El destronado Monarca mandó la túnica con el ave, para no alarmar el pudor de la niña, y después se presentó.

- ¿Qué quieres?- le preguntó la linda muchacha, nombrada Blanca Rosa por su color y hermosura. (Era la virtud del arrepentimiento.)

- Recuperar mi corona, que se encuentra en el castillo de Irás y no volverás.

—-LA SEGUNDA PARTE PARA OTRO DIA—- SE LO ASEGURO