MILAGRO DE LA NAVIDAD

MILAGRO DE LA NAVIDAD

MILAGRO DE LA NAVIDAD

(Cuento navideño)

Paseando por mi calle de la gran ciudad, bajo el frío implacable de un día de invierno, la Navidad me envolvía como si fuera una gran bufanda sedienta de calor entre neones amarillos y rojos, coronados con lucecitas parpadeantes, semejantes a los guiños de estrellas lejanas del firmamento oscuro de una noche nítida y limpia de un verano cualquiera.

Me movía con mis pasos cansinos, pensando que un halo divino embrujaba a las gente en su deambular tardío a través de escaparates y comercios.

Padres acompañados con sus niños ateridos de frío recorrían con frenesí las aceras de la ciudad, (como si la vida les fuera en ello), buscando tiendas para hacer las ultimas compras navideñas con el claro fin de regalar a sus seres queridos. Mientras, una castañera enfundada entre la lana de su abrigo y el brasero repleto de carbón enrojecido, ofertaba sus productos calientes para combatir el frío de las manos en la antesala de la Navidad.; un pobre de solemnidad hacia corro entre la multitud humana de empujones a la entrada de un comercio, pidiendo ayuda y apelando a la sensibilidad navideña.

Estuve largo rato observando a los niños de culturas tan diversas con mi mirada perdida en el interior de sus recuerdos, pensando lo difícil  que les resulta vivir en esta sociedad. A lo lejos se escuchaba villancicos, mezclándose de una acera a otra, en clara competencia por atraer los ojos de niños y mayores para el consumo navideño.

Todo era un laberinto en la calle, gritos y más gritos, sonrisas, parabienes, saludos aderezados con el sonido de la campana de Santa Claus,…

Y yo pensaba para mis adentros, ¿Cuánta soledad soporto entre esta maraña humana), ¿Quizás no fue una buena idea salir a despejarme?.

Pero la Navidad tiene algo especial, todo ocurrió en un instante:

De pronto la vi venir con su andar pausado, protegida por un largo abrigo y una bufanda que abrazaba su delicado cuello del frío invernal. Mi corazón, sin saber el porqué, empezó a latir descontroladamente,….

Nuestras miradas se cruzaron, ella bajó sus ojos con rubor y balbuceando con valentía por el flechazo de Cupido, me atreví a decir una frase de lo mas inocente….

.- Perdón por mi atrevimiento, pero.. ¿Cree usted en la Navidad?

Ella me contestó, mirándome a los ojos:

.- ¿Porqué me lo pregunta?  Pero si le soy sincera ¡si!

Y seguí entrecortado con mis palabras.

.- ¿Cree en los milagros?

Ella contestó nuevamente con una sonrisa:

.- A veces si, a veces no, ¿quien sabe?.

.- ¿Y no le apetecería tomar un café conmigo?

Dudó un instante, una eternidad. ¿Cómo pueden ser los segundos tan largos? Pensé en mi interior.

Hasta que por fin, me dijo mirándome a los ojos:

.- Estaría encantada de acompañarle a su invitación….

Mi corazón estalló como una traca valenciana y mi pastosa lengua pedía a gritos un buen moka con una jarrita de agua, para gritar al viento: VIVA LA NAVIDAD.

“La moraleja de este relato navideño es que hay que creer en la Navidad, en las flechas del amor (que nunca se sabe cuando van a dejarte el corazón herido de pasión), apartándote de la soledad que nos envuelve en una calle cualquiera de las grandes ciudades..

Así es la Navidad…. Amor y sentimientos encontrados entre las figuras urbanas de una tarde de Nochebuena.

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